Carta de Su Santidad Juan Pablo II


A la Hermana M. Nirmala Joshi M.C.
Superiora General de las Misioneras de la Caridad

En este año del gran Jubileo, mientras la Iglesia entera en todo el mundo canta alabanzas a la Santísima Trinidad por el inefable don del Verbo encarnado, usted y la familia nacida del carisma de la Madre Teresa de Calcuta tienen el añadido gozo de celebrar el cincuenta aniversario de la fundación de las Misioneras de la Caridad.

Fue el 7 de octubre de 1950 en la pequeña capilla ubicada en el número 14 de Creek Lane en Calcuta que el arzobispo Perier estableció a la fundadora y a sus primeras once compañeras como Congregación Religiosa de Derecho Diocesano. Este momento de gracia se produjo después de un largo periodo de discernimiento acerca de la voluntad de Dios por parte de la Madre Teresa, habiendo ella escuchado el “llamado dentro de la llamado” (Carta de la Fundadora). Este pequeño comienzo ha llegado a ser un abundante caudal de gracia dentro de la Iglesia conforme las Misioneras de la Caridad han ido creciendo de manera que no pudo ser prevista hace cincuenta años. Por ese gran don, yo me uno a usted en darle gloria a nuestro Padre celestial y la exhorto con las palabras de la primera carta de San Pedro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios.“ (4:10).

Tan solo quince años después, el 1º de febrero de 1965, el Papa Paulo VI le concedió el Decretum Laudis el cual establecía a las Misioneras de la Caridad como una Congregación de Derecho Pontificio. Desde entonces la Familia de los Misioneros de la Caridad ha producido frutos en abundancia, ya que Dios ha erigido Hermanas contemplativas, Hermanos activos y contemplativos, Sacerdotes, Misioneros Laicos y Colaboradores de Madre Teresa, y un gran numero de personas – de todos los credos y los que no tienen- se han involucrado en este trabajo de amor que se ha esparcido por todo el mundo bajo la inspiración y dirección de Madre Teresa. “ esto ha sido obra de Yahvé, nos ha parecido un milagro“ (Sal 117:23).

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Justo desde el comienzo, Madre Teresa y los Misioneros de la Caridad fueron impulsados por el deseo de “saciar la infinita sed de Jesucristo en la Cruz por el amor de las almas…” (Carta de la Fundadora). Estas son palabras que van dirigidas al corazón tanto de su consagración, su “asimiento a Jesús” en el amor, su sed de Aquel que está sediento de cada uno, y su misión de servicio alegre y de todo corazón a Jesús en los más pobres de los pobres sin olvidar jamás las palabras de mismo Señor: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25:40). Esto es, como lo expreso el Papa Paulo VI al otorgarle el premio Juan XXIII a Madre Teresa en 1971, “el místico y evangélico motivo que transfigura el semblante de un pobre, de un hambriento, de un niño enfermo, de alguien que causa repulsión por la lepra o de un hombre débil en su lecho de muerte en el misterioso semblante de Cristo”.

En la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, yo declaro que la consagración y misión deben de ser sostenidas por una comunión fraterna, como un tercer aspecto esencial de la vida a la cual han sido llamados a vivir ( No. 13). Refiriéndose a la vida de comunidad, Madre Teresa continuamente enfatizaba la necesidad de cumplir el “nuevo mandamiento” del Señor de amarse unos a otros (cf Jn 13:34). Ella misma siempre estaba dando un brillante ejemplo de “estar prontos a servir a otros generosamente, una buena disposición a acogerlos tal cual son, sin ‘juzgar’ (cf Mt 7: 1-2), y de una habilidad para perdonar hasta ‘setenta veces siete’ (Mt 18:22)” (Vita Conecrata, 42). Al encarar el nuevo milenio, la aliento a dar un firme ejemplo de genuino amor evangélico entre ustedes, ese amor que llega a ser un “signo particular, ante la Iglesia y la sociedad, del vínculo que proviene del mismo llamado y del deseo en común – a pesar de las diferencias de raza y origen, lengua o cultura – para ser obedientes al llamado” (ibid., 92).

Este Cincuenta Aniversario ciertamente es una ocasión para dar gracias al Dios de todas las misericordias tanto por el completo enfoque y la dedicación sin regateos de Madre Teresa al llamado del Señor así como por la abundante cosecha espiritual que la Iglesia y el mundo han recogido por medio de la Familia Misioneros de la Caridad. Pero oro también por que sea un momento de gracia para cada una de ustedes, un tiempo para estudiar con mas atención y meditar mas intensamente sobre su propio llamado y sobre el carisma de la Congregación, para que así puedan adentrarse aun mas completamente en el misterio de la Cruz salvadora de Jesucristo, la cual su Fundadora colocó en el corazón de su espiritualidad.

Atesoramos recuerdos de la Madre Teresa, encomiendo a todos los miembros de la Familia Misioneros de la Caridad a la materna protección del Corazón Inmaculado de Maria: que la Madre del Redentor vivifique en cada uno de ustedes un renovado deseo de santidad, una sed mas acuciante de Jesús, un amor mas profundo por su vocación y un deseo mas ardiente de amar y servir al Señor en los mas pobres de entre los pobres. Invocando sobre ustedes las ricas gracias del Gran Jubileo del Año 2000, gustosamente les imparto mi Bendición Apostólica a todas ustedes y a todos aquellos que les ayudan en “hacer algo hermoso para Dios”

Desde el Vaticano, 2 de octubre del 2000.