Programa de Vida

 

"El vino nuevo se echa en odres nuevos..."

[Mt 5:36]

 

LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN

ha de encontrar reexpresión concreta en la "novedad de vida" (Rm. 6:4), suministrando odres nuevos para el vino nuevo de la renovación, volviéndonos "hacedores de la palabra y no solamente oyentes, engañándoos a vosotros mismos" (Sant. 1:22). Ser Sacerdote Colaborador implica un cambio real en nuestro modo de vivir y no sólo en la manera de pensar. "Os exhorto a vivir una vida digna del evangelio (Fil. 1:27), "una vida digna de vuestra llamada" (Ef. 4:1).

Como hemos dicho, la conversión y la renovación fundamentalmente suponen un proceso de iniciación, pero este comienzo debe ser concreto, debe hallar "odres nuevos": cambios e iniciativas orientados a contener y capaces de encauzar el deseo de renovación. El proceso de renovación precisa, por lo tanto, no sólo la conversión del corazón, sino un programa de vida, un programa lo suficientemente sencillo como para que pueda vivirse y que además sea desafío suficiente como para lograr un verdadero cambio.

La formulación de un programa de vida acogería principios universales acomodándolos a necesidades personales especificas. Hemos de preguntarnos no solo si, por ejemplo, estamos buscando la voluntad del Padre, sino, lo que es más importante, si ahora hacemos aquello que es o no su voluntad, si es hecho o no únicamente para gloria Suya, etc. De este modo, el primer paso para construir un programa de renovación consiste en "examinarnos a nosotros mismos" (2 Cor. 13:5), con mucha honestidad, de modo expreso, pidiéndole al Señor sobre todo que nos ilumine respecto de lo que Él quiera cambiar, o mejorar en nosotros: "He observado todo esto desde mi juventud; ¿que me falta todavía ...?" (Mt.19:2).

El Señor ciertamente hablará: ciertamente Él responderá a nuestras preguntas, en caso de que tengamos el valor de preguntar. Propongamos unos cuantos "puntos de arranque", confiando en que el Señor suministre los demás.

"Nos hemos entregado a Cristo al ordenarnos, pero ¿nos hemos despojado completamente para recibir el Espíritu de Cristo?"

Es necesario que los demás se encuentren con el que de verdad conoce al Jesús de quien habla. ¿Somos conscientes de nuestra pobreza espiritual, contentándonos tantas veces con predicar lo que otros han escrito? ¿Hablamos a partir de la experiencia cuando pronunciamos las palabras: Dios, Jesús, Espíritu Santo?

"Frecuentemente se encuentra una inmensa soberbia en la raíz de nuestras dificultades para acercamos a Cristo. ¿Confiamos mas en nosotros mismos, en nuestra teología, nuestra psicología, nuestros planes pastorales que en la oración y en la asistencia del Espíritu Santo?" (Muhlen).

¿Hemos quedado atrapados por un estilo de vida que poco refleja el espíritu del evangelio o el estilo de vida de Jesús?

¿Hemos perdido el celo espiritual, cayendo dentro de la ley del mínimo esfuerzo y de la máxima facilidad y comodidad? “¿Estamos apegados a nuestro sacerdocio como simples funcionarios honrados y no como aquellos, a los que se les ha confiado la misión de traer fuego a esta tierra?" (R. Coste)

¿Hemos dejado que nuestro ministerio se convierta en una carrera, en un canal para la ambición, el éxito y el ascenso?

¿Hemos perdido gradualmente perspectiva de la dimensión esencialmente espiritual de nuestro ministerio, olvidando que Su Reino no es de este mundo?

¿Estamos luchando por mantener la pureza de corazón? ¿Somos lo suficientemente generosos como para hacer los sacrificios que sean precisos para ello? (Mt. 5:29).

En nuestro deseo de ser populares, de recibir aplausos, ¿No habremos traicionado al Evangelio y al Señor, al igual que Pedro calentándose junto al fuego? ¿Evitamos proclamar verdades impopulares o adoptar posiciones impopulares?

¿Es la oración el núcleo de nuestra vida? ¿Nos esforzamos alguna vez para ir de una oración superficial, que nunca nos cambia, a una oración profunda que supone un encuentro cara a cara con el Señor?

¿Nos beneficiamos nosotros mismos de ese don del Señor que es la Reconciliación? ¿Procuramos rezar antes de la Misa de modo que realmente recemos la Misa y que no simplemente "digamos" Misa?
El proceso de renovación es continuo. Si somos fieles a él, incluso ocasionalmente, el Señor nos atraerá hacia Sí, nos mostrará cuánto nos ha amado y cuánto espera que le amemos. El movimiento contempla los "Ejercicios" de S. Ignacio como un medio particularmente efectivo de preservar y profundizar el proceso de renovación, no solo como una experiencia aislada, sino como un programa en sí mismo para interiorizar día a día las realidades del evangelio.

 

Como ya hemos dicho anteriormente, creemos que el fundamento para cualquier programa de vida efectivo, consiste en un concreto y sencillo desafío. Para ello, proponemos tres elementos básicos que pueden proporcionar el marco para construir un programa personal (estos tres puntos también pueden suministrar el material para una evaluación rutinaria de este proceso):
1) Oración: Pregúntate cómo rezas en la actualidad y cómo te gustaría rezar. Sobre todo, reserva un buen rato diario para la oración profunda, en el tiempo y lugar en que no se te moleste. Sé absolutamente fiel (incluso si has sido infiel, ¡empieza de nuevo!) La oración será más fructífera en presencia del Sacramento, que es fuente de nuestra oración y nuestro sacerdocio.
2) Estilo de Vida: ¿Reconocemos el evangelio en tu estilo de vida actual? Pide la gracia, y comienza a simplificar. Esto te aportará un gran sentimiento de liberación interior y de gozo. "Si deseas ser perfecto..."
3) Caridad: ¿Vivo para saciar la sed de Cristo en mi gente? ¿Es ese mi principal objetivo en el ministerio? Esfuérzate conscientemente para irradiar la caridad y compasión de Cristo en todos los aspectos del ministerio, de palabra y de obra: "En esto conocemos el amor, en que Él dio su vida por nosotros; y nosotros debemos dar nuestras vidas por nuestros hermanos" (1 Jn 3:16).

Si bien cada uno de estos tres elementos es vital para nuestra renovación, la oración es con mucho el mas importante, la clave para vivir los tres. Podemos formular muchos puntos para la elaboración de nuestro programa personal, pero siempre debe tomarse una resolución inviolable y mantenerla a toda costa: un buen rato diario de oración profunda en presencia de la Eucaristía. Ésta práctica, por si sola, aseguraría y vitalizaría lo demás, ya que supone una toma de contacto con las Aguas Vivas en su propia fuente, de la que mana la fuente viva de nuestra renovación.

Al mismo tiempo que reconocemos la primacía de la oración, necesitamos también reconocer la interconexión de las tres áreas básicas. Lo mismo que un trípode depende de sus puntos de apoyo para sostenerse, ninguna de ellas es opcional, sino que cada una forma parte integrante de un todo. Sin pobreza de espíritu, a modo de ejemplo, resulta imposible rezar de verdad, por estar nuestro corazón dividido desde el principio. La oración seguirá siendo superficial y cualquier intento de oración profunda resultará incomodo, ya que seguiríamos tratando de servir a dos amos. Como observa la Madre Teresa, debemos permanecer pobres para rezar y hemos de desear rezar para amar.

Un denominador común de todos nuestros fracasos, respecto de la pobreza, de la oración, de la caridad, es el siguiente: haber permitido en nuestro corazón y en nuestra vida algún deseo distinto del Señor y de su Cruz. En la medida en que nuestro corazón albergue deseos múltiples, incluso un solo deseo ajeno a Él, no solo no seremos nunca lo que el Señor espera de nosotros, sino que nunca seremos felices. Paradójicamente el desear a Jesús y a su Cruz es nuestra única fuente de felicidad y de paz. Y en esto consiste la pobreza de espíritu, en el deseo de una sola cosa, el deseo del Señor.

Sin ese deseo podrá darse la apariencia de que tenemos de todo, pero en realidad no tenemos nada, estamos vacíos. Sin ese único deseo, nuestro sacerdocio, en lo relativo a sus logros, resultaría un despilfarro. Sin ese deseo hablaríamos tal vez de conversión, pero nunca cambiaríamos. Sin embargo, con ese deseo, a pesar de nuestros fracasos y debilidades, a pesar de nuestra pobreza interior, tendremos de todo, puesto que ese deseo por si solo nos cambiará. Incluso cuando vemos que nuestras vidas están llenas de otros deseos, llenas de falsos dioses, solo necesitamos empezar a desearle solo a Él. Si de un modo fiel dejamos que ese deseo eche raíces en nuestros corazones, aparecerá la semilla que al crecer esparcirá sus raíces y al hacerlo desarraigara todos los deseos torcidos.

Ahora bien, ese deseo no es algo meramente natural; es un don, y un don que el Señor nunca puede negar. Él mismo desea que nosotros lo deseemos; Él nos pide que lo pidamos. Y en la medida en que ese deseo crezca, Él crecerá dentro de nosotros, ya que la misma medida de nuestro deseo será la medida en que recibamos al Deseado. Tan solo tenemos que pedir este único don, el don de desear solamente a Jesús y su Cruz en nuestra vida, pidiendo al mismo tiempo que ese deseo siempre crezca. Los frutos de esta petición, los frutos de este deseo, serán inmediatos: un aumento de su paz, de su alegría y de su presencia, especialmente ahí donde hayamos sido incapaces de encontrarle con anterioridad. Y quizá lleguemos a entender por primera vez, a medida que dicho deseo comience a crecer, la magnitud del amor que Él desea dar y recibir; llegaríamos a saborear la profundidad, la belleza y la fecundidad de nuestra llamada. Para iniciar nuestra renovación sólo debemos, por tanto, comenzar a promover y a alentar ese único deseo que por sí sólo puede suministrar fuerza y vitalidad a nuestra pobreza, a nuestra oración, a nuestra caridad ministerial: un desear solamente al Señor y su Cruz.

No importa lo débiles e infieles que hayamos sido. El Señor quiere que sepamos que Él nos ama a cada uno de nosotros más de lo que podemos imaginar. Él desea decirnos personalmente a cada uno de nosotros, de un modo directo: "Tú eres muy querido para Mí; te he labrado en la palma de mi mano, eres mío..." (Is. 49:16). Con solo responder a su invitación, si al menos comenzamos a sentir deseos de Él, podemos estar seguros de que Él hará lo demás, pues "Él, que comenzó la obra buena, Él mismo la llevará a termino (Fil. 1:16).