LA LITURGIA DIVINA DE SANTIAGO (13)


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El sacerdote reza:

Conmemorando nuestra toda santa, pura, gloriosísima, y bendita Señora, la Madre de Dios y siempre Virgen María y todos los santos, que han estado agradándote desde el origen del mundo, tengamos devoción nosotros, cada uno y nuestras vidas enteras, a Cristo, nuestro Señor.

 

Pueblo: A Ti, oh Señor.

 

Sacerdote: Oh Dios, Padre omnipotente, quien a través de tu gran e inexplicable amor, condescendiste a la fragilidad de tus siervos, y nos has considerado dignos de participar en esta mesa celestial, no nos condenes por la participación en tus puros misterios, sino mantennos, oh buenísimo, en la santificación de tu Espíritu Santo.

Que habiendo sido hechos santos, que seamos parte y heredad, con todos tus santos que han vivido en la luz de tu semblante, y que han estado agradándote desde el origen del mundo a través de la misericordia de tu Unigénito, nuestro Señor, Dios y Salvador, Jesucristo, con quien eres bendecido, junto con tu todo santo, bueno y dador de vida Espíritu.

Bendito y glorificado es tu precioso y glorioso nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora, siempre y para toda la eternidad.

 

Pueblo: Amén.

 

Sacerdote: La paz sea con vosotros.

Pueblo: Y con tu espíritu.

Inclinemos nuestras cabezas al Señor.

 

Sacerdote: Oh Dios, grande y maravilloso, mira a tus siervos, que nos hemos inclinado ante Ti. Extiende tu mano, que siempre y en todo tiempo te glorifiquemos, nuestro único deseo y verdadero Dios, oh santa y consustancial Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora, siempre y por toda la eternidad.

(En alto)

La alabanza a Ti es oportuna, y el honor, la adoración, y la acción de gracias, a Ti, que eres Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora, siempre y por toda la eternidad.

 

Diácono: Cantemos en la paz de Cristo.

Dice otra vez: Y en la paz de Cristo, vayamos hacia delante.

Pueblo: En nombre del Señor, Padre, pronuncia la bendición.

Se dá la bendición.

 

Oración final, por el diácono: Yendo de gloria a gloria, te alabamos, Salvador de nuestras almas.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora, siempre y por toda la eternidad. Te alabamos, Salvador de nuestras almas.

 

El sacerdote ora del altar a la sacristía: Yendo de fuerza a fuerza y habiendo finalizado todo el servicio divino en tu templo, te suplicamos, oh Dios, Padre lleno de gracia, haznos dignos de tu amorosa bondad y haz que nuestro caminar en esta vida, sea recto:

Ánclanos en tu temor, y haznos dignos de tu reino celestial en Cristo Jesús, nuestro Señor, con quien eres bendecido, junto con tu todo santo, bueno y dador de vida, Espíritu, ahora, siempre y por siempre.

 

Diácono: Otra vez, otra vez y siempre, en paz, supliquemos al Señor.

 

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